TUMBAR CATAO, SIN QUINQUÉ

Rubén Padrón Garriga
6 min readJul 20, 2021

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«Tumba catao y pon quinqué» es una frase del argot popular cubano usada para aconsejar a otra persona que olvide un problema para el cual no tiene solución inmediata y se centre en lo urgente y posible. Tumbar el catao, literalmente, significa dejar un lugar sin electricidad ante un desperfecto que puede ocasionar un corte generalizado; el quinqué es la solución más socorrida para iluminarnos mientras el fluido se restablece, pero tampoco es una luz segura, ni mucho menos sostenible, pues el combustible resulta altamente inflamable y la mecha tarde o temprano acabará gastándose.

Durante los años 90 era común que en las casas cubanas hubiera quinqués para hacerles frente a las largas jornadas de apagones. En la mía hay dos, y cuando iniciaron las advertencias de posibles afectaciones, se me ocurrió ponerlos a funcionar. Sus mechas estaban resecas y tampoco tenían combustible; en Revolico —la plataforma de compra-venta más usada en la Isla— encontré un par de anuncios de luz brillante (queroseno), pero nadie vendía mechas.

Ya han transcurrido tres días en el país con un acceso inestable a Internet por datos móviles; el último apagón digital duró poco más de 24 horas. Imagino que ante las protestas algún funcionario indicó: «¡tumba catao!». ¿Pero tenemos quinqué? La interrupción en la red de redes ha causado muchísima ansiedad entre las personas, no solo por la imposibilidad de comunicarse con sus familiares en el exterior o sus amigos dentro de la Isla, sino porque ha impedido innumerables dinámicas internas ya montadas sobre esta. Teletrabajo, clases en línea, videojuegos, compras, actualización de aplicaciones, lectura de información… se vieron afectados por ese catao tumbado. A tal tensión se sumó la incertidumbre de no saber cuándo lo levantarían, ni qué nos encontraríamos al «hacerse la luz».

Hoy se restableció solo una fase, pues varias aplicaciones de mensajería y comunicación solo funcionan con VPN, y, como era de esperarse, las redes ahora mismo son un caos: amigos y familiares fajados por una consigna, cubanos pidiendo violencia hacia cubanos, personas en el exterior que hasta el día de irse eran militantes comunistas, estudiantes modositos y hasta «camilitos», clamando por intervención norteamericana, otros que aquí no se atrevían ni a levantar la mano en una asamblea para protestar por una medida, casi exigiéndoles a los demás que se inmolen…

El catao digital tumbado trajo un apagón informativo, y con el obsoleto quinqué, impedir a los cubanos contar nuestras historias y visiones de lo sucedido dio paso a que la única información sobre el país en el mundo fuera la de los medios oficiales —con poca credibilidad entre muchos emigrados y bajo alcance entre los no nacionales—, la de medios cubanos administrados desde el exterior —en los cuales, si bien no en todos, abundan matices apocalípticos y manipuladores— y la de agencias de prensa extranjera cuyas coberturas dependen casi siempre del bando en que militen.

Pero lo más preocupante para mí es que alguien pueda pensar que, tumbando un catao, ahora mismo, se solucionaría la situación; como si los cubanos fuéramos niños pequeños a los que mamá y papá mandan a acostar cuando en la TV ponen una película violenta, o nos pueden hacer pagar «justos por pecadores» si un hermano hace un estropicio en casa.
Las causas de las revueltas siguen vigentes hoy:
a)La situación económica crítica en el país a causa del bloqueo norteamericano, la lenta, torpe, poco creativa y burocrática gestión de la economía, el comercio interior y el sistema empresarial, sumado a los enormes gastos en salud provocados por la pandemia.
b)El estímulo por parte se sectores políticos injerencistas que, desde la comodidad de Miami, buscan una intervención en la que sus vidas no se verán arriesgadas.
c)La falta o ineficacia en los mecanismos para la participación y el control popular, las pocas posibilidades para una protesta organizada además de la desconexión de algunos dirigentes con las bases populares.

El inicio de la revuelta fue en San Antonio de los Baños, provocado, entre otros factores, por los cortes eléctricos y la inestabilidad en los suministros de alimentos y medicinas. Y yo pregunto: ¿cuántas veces las autoridades locales recorrieron la comunidad escuchando los problemas de las personas antes de que se tiraran a la calle? ¿Cuántos mecanismos de retroalimentación con la ciudadanía se pusieron en práctica para conocer sus ansiedades, preocupaciones, carencias, y buscar soluciones en común?

Muchos intercambiaron en la protesta por primera vez con el secretario del Partido o el presidente de la asamblea del Poder Popular de su municipio, quienes, en medio de la escalada de violencia, salieron a dar la explicación que debieron haber adelantado. Para no pocos salir a la calle fue la única vía para hacer saber el trabajo que están pasando y para el que no ven una salida a corto plazo, pues creen que les han tumbado el catao a sus problemas y al quinqué se le está acabando la mecha. Aunque no me considero de los más afectados —a pesar de que me he acostado algunas veces a dormir con un pan con mantequilla grumosa en el estómago—, yo también tengo numerosas inconformidades que me gustaría que fueran escuchadas, tengo propuestas de soluciones que, como ciudadano, creo bien implementar en mi localidad para una mejor distribución de lo poco que hay. Sin embargo, los mecanismos para ser escuchado —que no oído— los veo muy improbables.

Las protestas se extendieron por toda la Isla provocando una escalada de violencia entre los manifestantes —algunos pacíficos y otros no—, los defensores del gobierno cubano y las fuerzas del orden. Cubanos golpeando a cubanos, cubanos odiando a cubanos.
He escuchado a varios conocidos y amigos que hablan con un desprecio burgués aterrador de esos sectores marginalizados que salieron cuasi harapientos a la calle. Hablan de chusma, de escoria, de delincuentes, sin reparar que gente así también se alzó en la sierra para tumbar la dictadura de Batista, que gente así salió en Chile a protestar por el tarifazo, que gente así clamó por la justicia ante la muerte de aquel hombre negro con antecedentes penales brutalmente asesinado en los Estados Unidos por un policía blanco. Sí, amigo, entérate, la gente que casi no tiene privilegios poco miedo tiene a perderlos. Esa gente hoy está en la marginalidad porque otros como tú y como yo hemos mirado hacia un lado y no hemos hecho lo suficiente por darles una oportunidad para salir de ahí.

Hoy se levantó la mitad del catao pero los problemas que provocaron el corto circuito siguen intactos, el bloqueo y las intenciones injerencistas están ahí, y no creo que desaparezcan en este siglo, no depende de nosotros suprimirlos, aunque sí pudiéramos trabajar con los cubanos emigrados de buena fe para negociar su flexibilización. De los problemas internos sí podemos encargarnos, y no se trata de reconocerlos en un congreso o de permitir un par de artículos críticos: se trata de cambiar las estructuras que los hacen perpetuarse, porque ya se están posicionando como un problema para la seguridad nacional.

Aunque muchos me critiquen por apostarlo todo a una vía pacífica y dialogante sigo creyendo que es la única solución sostenible. En las protestas vimos personas que se oponían al gobierno, y otras que lo defendían; pretender aplastar a cualquiera de los dos bandos sería un error. Tengo amigos y familiares que quiero muchísimo en los dos y me parece atroz caldear la situación hasta el punto de que unos pudieran matar a los otros, o que se produjera una invasión con armas que no discriminan ideologías. Cuba no lo perdonaría.

Las revueltas terminaron, las respuestas lo harán pronto, y no podemos decir que hoy tenemos un país más democrático. Hay más policías en las calles, más presos, más familias que lloran, probablemente más casos de Covid-19, más cubanos que no se hablan… Desarrollar esa democracia nos toca a todos y para eso es necesario poner en crisis todos los días nuestros dogmas, identificar nuestros privilegios y sus carencias en los demás, defender con valentía lo que pensamos, pero con la modestia de reconocer cuándo nos equivocamos. Yo me he equivocado y me equivoco muchísimo; el pueblo cubano, como todos los demás, también se ha equivocado, pero si tumbamos el catao del diálogo y la autocrítica y ponemos el quinqué de la soberbia, cuando la mecha explote, las llamas nos abrasarán a todos.

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Rubén Padrón Garriga
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¿Aquí es donde se supone que la gente se pone poética y pintoresca? Escribidor de post, opinador amateur, discutidor profesional.